Mirada esencial

13 de Noviembre 2016

“En medio del tumulto provocado por las elecciones estadounidenses el martes pasado, pasó naturalmente desapercibida la muerte de uno de los últimos titanes de la Nouvelle Vague: Raoul Coutard…”

Arnaud Desplechin dirigiendo a Mathieu Almaric, su actor favorito. Fuente: El Mercurio

Por Christian Ramírez, El Mercurio 

En medio del tumulto provocado por las elecciones estadounidenses el martes pasado, pasó naturalmente desapercibida la muerte de uno de los últimos titanes de la Nouvelle Vague: Raoul Coutard, fotógrafo de Truffaut (“Jules et Jim”), Costa-Gavras (“Z”), Philippe Garrel (“El nacimiento del amor”), pero sobre todo de una docena de clásicos esenciales junto a Jean-Luc Godard -“Sin aliento”, “Le mepris”, “Vivir su vida”, “Pierrot le Fou”, “Weekend”, entre otros-, filmes lo bastante icónicos como para que uno se pregunte si acaso los niveles de energía, pasión, autorreflexión y belleza de esas obras podrán ser invocados otra vez.

En la medida que ese legado sea considerado como una Arcadia perdida y añorada, como un monumento inalcanzable, este quedará confinado a los libros y la teoría, traicionando la vitalidad desplegada por sus fundadores. De ahí lo importante de la visita a Santiago del francés Arnaud Desplechin, un cineasta que en vez de dejarse atrapar por esa venerable tradición, se la ha apropiado, haciendo suyas las obsesiones más persistentes de aquella era (historias de padres e hijos, relaciones de pareja, autobiografía), celebrándolas, pero también poniéndolas de cabeza, volviéndolas del revés; reclamando para sí un espacio propio dentro de esa estética que, en lo que a él respecta, todavía goza de excelente salud.

Invitado por el ciclo La ciudad y las palabras a un diálogo junto al escritor Alan Pauls -el jueves 17 en el Campus Lo Contador de la UC-, Desplechin llega convertido en una suerte de heredero de aquellos jóvenes turcos que, a principios de los 60, se tomaron por asalto el cine francés para después comprobar que una vez integrados al juego ellos mismos se convertían en “el sistema”, y hasta cierto punto, él ha repetido ese camino con una eléctrica carrera que comenzó en los márgenes, pero que en 25 años se ha desplazado al centro mismo del cine francés: varios de sus actores favoritos (Mathieu Amalric, Emmanuelle Devos) hoy son rostros cotizados y, a su vez, mitos vivientes como Catherine Deneuve han pasado a formar parte de su troupé estable. Desplechin mismo se ha vuelto invitado de rigor del Festival de Cannes, en momentos en que dicho evento -concentrado en la alteridad y la promoción de los llamados “nuevos cines”- se aleja, sin embargo, del tipo de filme que a él le gusta: un mundo de lazos y quiebres familiares (“Un cuento de Navidad”, 2008), agridulces relatos de ex amantes (“Reyes y Reina”, 2004) y la formación del propio carácter (“Esther Kahn”, 2000, y “Tres recuerdos de mi juventud”, 2015); antes que todo, historias de personajes que ya sea en su entorno social, inmersos en sus trabajos o situados en la intimidad, de cara a sus seres queridos y a los fantasmas del pasado, batallan sin cesar contra las intermitencias y las incomodidades de sus respectivas personalidades. Un cine que rehúsa darles total razón a sus protagonistas, quienes pueden emerger tan encantadores como energúmenos, pero que se juega por acompañarlos sin concesiones mientras se pierden, se encuentran o desencuentran, y -tal como ocurre en las cintas de John Cassavetes y David O. Russell- aprenden a negociar la realidad entre arrebatos, pasión y desencanto.

Cinéfilo asumido, el realizador achaca muchos de esos rasgos a su obsesión por maestros como Bergman, Hitchcock y Truffaut, pero viendo sus películas es inevitable pensar también en las líneas que el joven Godard dedicó a los viejos vinagres del cine francés, allá por 1959: “No podemos perdonar que jamás hayan filmado a chicas como las que nos gustan, tipos con los que nos cruzamos todos los días, padres como los que despreciamos o admiramos, hijos como los que nos sorprenden o nos dejan indiferentes. En fin, las cosas tal y como son”. Que Desplechin haya dedicado sus energías a hacerlas realidad, a distorsionarlas, recargarlas y expandirlas, es lo que cuenta. Es su regalo.