Fernando Pérez: “Densificar la ciudad no tiene nada que a ver con construir monstruosidades”
El arquitecto, que lanzará en mayo el segundo tomo de su libro “Arquitectura en el Chile del Siglo XX”, dice que los actuales criterios de construcción serán poco rentables para la ciudad en el mediano plazo
Por Martin Romero, La Segunda
A principios de marzo, y antes de irse por tres semanas a Navarra, España, para dar clases, el arquitecto Fernando Pérez (66) recibió un dato que le gustó: sólo faltaban por vender 35 de los 1.000 ejemplares del primer tomo de su libro “Arquitectura en el Chile del Siglo XX” (Arq Ediciones).
Y esa alegría no es sólo porque su texto haya sido éxito de ventas, sino que también por el apoyo que consiguió del Fondo del Libro y la Lectura (cerca de $5,6 millones) para financiar el segundo tomo, que abarcará los años 1930-1950, y que debiese estar en librerías en mayo.
Son también días especiales para Pérez. Este 2017, y luego de casi 35 años, no tiene un cargo formal en la Universidad Católica. Hoy sólo dirige tesis y realiza investigación. “Fui secretario académico, director de la Escuela de Arquitectura, decano, jefe del programa de Patrimonio, jefe del Doctorado de Arquitectura.
Nunca quise tener cargos, y por eso siento que ya está bien. Ahora tengo cierta libertad, pero es relativa: tengo hartas obligaciones y siempre voy más bien atrasado”, comenta entre risas quien fue uno de los formadores de arquitectos como Alejandro Aravena, Mathias Klotz o Smiljan Radic.
Esa nueva independencia lo ha hecho estar atento a la discusión en torno a los llamados “guetos verticales” de Estación Central, denunciados por el intendente Metropolitano, Claudio Orrego.
“A mi modo de ver, un punto clave en esto, cosa que no he escuchado en la discusión pública, es que la idea de densificación, que parece razonable, no tiene nada que ver con construir monstruosidades como éstas. Se pueden alcanzar los mismos objetivos, pero con otros esquemas de menor altura. Densificación no es sinónimo de torre, ni de torre aberrante. Y no hay que ir a Estación Central: es cosa de ver el lado poniente de Vicuña Mackenna donde hay edificios que están al borde de lo aberrante”, dice.
—La Cámara de la Construcción dice que esto se debe, en parte, a la demanda de vivir en lugares como ése, con una buena conexión al transporte y otros servicios.
—Pero uno con ese mismo criterio podría decir que hay gente que quiere comprar droga o alimentos de mala calidad. Si este tema se lo mirara no desde lo ético, sino desde un punto de vista pragmático, hay que decir que esto va a traer problemas más adelante. Esto va a ser poco rentable desde el punto de vista público a largo plazo: quizás estos edificios sólo tengan una vida útil de 15 años y no de 50 años, por ejemplo, y quizás tengamos que empezar a demolerlos (…) la calidad formal de estos edificios, de sus materiales, muchas veces es precaria.
—¿Y qué debería hacer un arquitecto cuando una inmobiliaria le pide hacer un proyecto así?
—Probablemente habrá personas que dirán ‘eso no lo hago’ para que su nombre no quede asociado a algo de poca calidad. Pero hay muchos arquitectos que, a lo mejor en un momento de dificultad laboral, dicen ‘bueno, esto es legal’, por lo que es un poco complejo llegar y negarse. Hay una ética arquitectónica y al menos uno pediría, como condición mínima, advertir las consecuencias de los diseños. La palabra proyecto significa ‘lanzar hacia adelante’ y lo que un arquitecto aprende en la universidad es mirar unas rayas que están en un papel e imaginarse lo que va a pasar ahí; cómo las personas van a interactuar ahí.
—Con casos como éstos uno se pregunta si hay buena arquitectura en Chile ¿Hay más nombres además de Aravena o Klotz?
—Hay muchos otros. Uno lo ve en los concursos públicos donde llegan 100 propuestas y hay 40 que son bastante buenas. En las generaciones siguientes a los nombres que mencionas, uno podría pensar en Rodrigo Duque, Eduardo Castillo o en gente aún más joven como Diego Grass, que están procurando no sólo hacer buena arquitectura, sino que también buscar nuevos nichos para hacerla. También hay otros como Loreto Lyon y Alejandro Beals, que fueron reconocidos en la última Bienal de Venecia.
Pérez adelanta que uno de los ejes de su próximo libro será la renovación urbana que la arquitectura moderna de los 30 y 50 generó en la ciudad: “En Santiago se hace el Barrio Cívico, que fue muy importante como operación urbana, pero además se renueva completamente el centro. Pensemos que aún hoy quedan cosas de la década del 10 como el Hotel Crillón (Agustinas y Ahumada): así era el centro, edificios de dos o tres pisos, y de repente pasamos a los 10, 12 pisos de los edificios construidos después y que aún sobreviven”.
—¿Envejeció bien la arquitectura chilena? Proyectos como la Unidad Vecinal Portales se han deteriorado.
—Lo que pasa con edificios como la Unidad Vecinal Portales es que son radicales en su concepción y que fueron muy experimentales en el uso de los materiales e incluso, en las soluciones urbano-arquitectónicas.
Pero en el período que estudié para este libro, hay muchas obras que se conservan bien. Yo mismo me sorprendí, pensaba que no había mucho, pero está, por ejemplo, la Estación MMarina de Montemar de la U. de Chile (Reñaca) de Enrique Gebhard.