Las perspectivas de Dominique

29 de Agosto 2017

Por Verónica Ulloa. Revista Paula. Revista Paula destaca la historia de la primera alumna no vidente, Dominique Damjanic que estudia en la Escuela de Diseño UC. Se menciona la adaptación que tuvo que hacer la Escuela para recibirla. + Lee reportaje completo aquí. Dominique Damjanic perdió la visión para siempre cuando tenía 9 años. Hoy, es la primera […]

Por Verónica Ulloa. Revista Paula.

Revista Paula destaca la historia de la primera alumna no vidente, Dominique Damjanic que estudia en la Escuela de Diseño UC. Se menciona la adaptación que tuvo que hacer la Escuela para recibirla.

+ Lee reportaje completo aquí.

Dominique Damjanic perdió la visión para siempre cuando tenía 9 años. Hoy, es la primera alumna no vidente en la historia de la Universidad Católica que estudia Diseño, carrera que muchos le aseguraron sería incompatible con su condición.

La sala de Taller de Diseño de la Universidad Católica está empapelada de lado a lado con secuencias de croquis. Los alumnos están atentos, algunos parados sobre las sillas, otros sentados. Todos los ojos de la sala están puestos en los dos profesores y sus instrucciones para el siguiente encargo. Dominique Damjanic escucha atenta. Ella requiere un doble esfuerzo, no maneja la misma información que el resto porque no puede ver.

Está sentada frente a uno de los cinco mesones largos que hay en la sala para que los alumnos dibujen, escriban o dejen sus cosas. Entre mochilas, estuches y unos croquis, Dominique se ve concentrada, con la cabeza un poco gacha y apoyada sobre los puños de sus manos. Solo escucha mientras los demás pueden ver las explicaciones de los profesores frente a la pizarra y siguen, con sus dibujos a plumón casi perfectos, las distintas perspectivas de visualizar y dibujar un taladro. En todo momento parece que ella pudiese ver, porque sus ojos celestes cambian a ratos de dirección entre el dibujo y el infinito que hay más allá del muro.

Dominique juega con su pelo corto –estilo que adaptó para esta nueva etapa de independencia– y enrosca su dedo en un collar largo con una punta de flecha que le regaló su hermano Sacha, uno de los 20 mejores bodyboarder del mundo.

Luego de 15 minutos de instrucciones, el encargo se ha vuelto un poco monótono. Algunos alumnos bostezan y Dominique ha cambiado varias veces de posición en su silla. De pronto sonríe y busca hacer contacto con sus compañeras. Un profesor acaba de hacer un chiste que no todos captaron, Dominique y sus amigas sí y lo celebran. Ella siempre estuvo ahí, atenta a las instrucciones y a las voces. Terminada la clase, conversa con sus compañeras mientras tantea y guarda sus cosas. Una de sus amigas la espera muy cerca, le ofrece sutilmente su brazo y salen juntas.

Dominique no suele usar el bastón. Le carga. Dice que se le olvida traerlo pero es su manera de decir que no le gusta, solo en caso de que sea muy necesario, como cuando vuelve en micro sola hacia su casa después de clases, lo usa.

“La mas terca”

Cuando en 2016 Dominique le contó a su familia que quería estudiar Diseño, sus padres y algunos cercanos trataron de persuadirla para que estudiara otra cosa, algo que se le diera más fácil, algo más teórico y que pudiera aprender a través del sistema Braille o del computador que le habla. No una carrera “tan visual” como Diseño. “¿Cómo lo iba a hacer la Domi?”, se preguntaron sus cercanos, si no puede dibujar porque pierde el punto de referencia. Pero quienes la conocen saben cómo es.

Ella se encoge de hombros un poco avergonzada y dice: “No sé, soy demasiado terca, me lo critican, pero en cierta forma si no fuera así, no estaría estudiando Diseño, no haría gimnasia artística, que me encanta. Siempre insistí mucho y terminé haciéndolo, se ríe a carcajadas. Y añade: “En cierta forma me gusta ser la más terca del mundo”.

En 2016 Dominique ya lo había decidido, estudiaría Diseño en la Católica, una escuela con mucha demanda, donde solo hay cinco cupos para que alumnos ingresen a través de Admisión Especial, vía por la que postulan aquellos que van por una segunda profesión, los que se quieren cambiar de carrera, los que buscan una paralela y quienes se encuentran en desigualdad de condiciones para rendir la PSU, como era el caso de Dominique. Postuló junto a otros 20 jóvenes, pero no quedó seleccionada.

La prueba consistía en dos etapas, la primera, escrita. “Ella realizó ejercicios de capacidades conceptuales, como por ejemplo ‘Invente un nuevo isotipo’. En este caso un signo de zona de portonazos. Dominique los hizo a través de plasticina”, explica José Manuel Allard, diseñador y director de la Escuela de Diseño de la UC. La segunda etapa fue una entrevista personal. “La prueba es difícil”, añade Allard, “porque, a diferencia de la PSU, aborda temáticas bien específicas de diseño. Había estudiantes de la carrera de otras universidades que se querían cambiar, eran de tercer año, entonces obviamente a una persona que no ha estado en el sistema universitario, se le hacía más difícil. A Dominique no le fue mal, tratamos de evaluarla con los mismos criterios, salió ranqueada número ocho, pero no quedó. Ella nos llamó la atención por su disposición y por tener claro lo que quería”.

A Dominique el no ser aceptada por Admisión Especial no la amilanó y dio la PSU en noviembre de 2016. Con los 687 puntos que ponderó, le alcanzó para entrar a la Escuela de Diseño por la puerta ancha. Su primer obstáculo ya estaba superado, pero ¿qué pasaría una vez que Dominique estuviera dentro? ¿Cómo la evaluarían?

El accidente

“Era un lindo día de verano, perfecto para ir a dar un paseo. Ya casi llegando a la casa, la velocidad aumentó más de lo que debía, hubo un instante de furiosa adrenalina y después todo se volvió borroso. Casi alcancé el cielo, pero todavía no era el momento. Las probabilidades indicaban que era el principio del fin, aunque en realidad no era más que el fin y el principio en un solo impacto catastrófico. Luego de eso hasta la más mínima cosa en mi vida dio una vuelta de 180 grados”. Así describe ella en una publicación de Facebook el momento en que perdió la visión para siempre en el verano de 2008 en Toulouse, Francia. Dominique tenía 9 años y sus padres la enviaron a vivir durante seis meses con sus tíos maternos para aprender francés. Llevaba solo dos semanas allá cuando salió a andar en bicicleta con su prima. Iba sentada en la rejilla de atrás, los frenos fallaron y chocaron a toda velocidad. Su prima se enterró el manubrio en el estómago y Dominique salió catapultada. Su rostro se azotó contra el muro. Desde aquel instante, perdió la visión completa de su ojo izquierdo y solo distingue sombras con el derecho. Daño neurológico traumático en la corteza visual es el diagnóstico. Lo de Dominique no tiene solución. “Tengo mis nervios ópticos prácticamente muertos, imagínate que tapas  un globo con un papel lleno de hoyos y luego a esos hoyos les pones una tela encima”, dice. Sombras, pequeñas luces, es todo lo que logra distinguir con su ojo derecho.

Desde aquel día comenzó el peregrinaje de sus padres Pedro Damjanic y Leonor Silva junto a Dominique, la cuarta de sus cinco hijos, por distintas clínicas de Chile, Francia y ahora Estados Unidos. Pero ni las más de 10 intervenciones a las que se ha sometido han logrado que recupere la visión. “Estuve un mes en coma inducido después del accidente. La única secuela es que no veo. Algunos creen que quedé traumada, pero para nada, ni me lo cuestioné. Cuando entré en conciencia pensé: ‘Tengo que volver a Chile, tengo que volver a Antofagasta al colegio’”, dice hoy. Sus padres han recurrido a todo, no solo a la medicina tradicional y a la ciencia, sino que a lo alternativo también, como los Monjes de Brasil, curanderas en Chile y un médico que vive en el extranjero y que han traído en un par de oportunidades para ayudar a Dominique a ver. Ella también ha viajado a verlo, y se trata con él hace ocho años. Solo cuenta que es un médico árabe que quedó inconsciente y que fue recogido por unos monjes tibetanos y que, al volver en sí, tuvo el don de curar. Leonor, su madre, se ha aferrado durante todos estos años a esa pequeña luz.

Según Dominique, es mejor haber visto que haber nacido ciega. “Una vez alguien me dijo que era mejor lo contrario porque era como perder algo que nunca has tenido. No para mí. Es más fácil haber visto antes porque uno tiene mucho más claro cómo es el mundo. Sobre todo ahora que estudio Diseño. Sé lo que los profesores me están hablando, a veces ni siquiera es necesario que me pasen un objeto para tocarlo. Recuerdo perfecto los colores. Como mi mamá es pintora, desde chica para mí el azul no fue simplemente azul sino azul rey, azul marino. Incluso si hay un color más específico y alguien me da las proporciones de una mezcla, soy capaz de imaginarlo”, dice.

Carrera con obstáculos

“Estaba el desafío de si íbamos a poder entregarle los mismos estándares de calidad que se les entregan a sus compañeros”, señala José Manuel Allard, quien además es profesor de Dominique en el ramo Introducción al Diseño.

Una vez que se supo que Dominique Damjanic era parte de los nuevos alumnos de pregrado, la Escuela de Diseño trabajó en conjunto con Piane, Programa para Inclusión de Alumnos con Necesidades Especiales, formado hace 10 años en la universidad y que cuenta hoy con más de 80 alumnos con capacidades diferentes que están en distintas carreras. Pero el caso de Dominique era distinto: era la primera alumna no vidente que ingresaba a Diseño.

Desde Piane se mandó una carta física y por email a todos los profesores que trabajarían con la alumna “entregando recomendaciones de adecuación curricular para el trabajo durante las clases y las evaluaciones, y para ello tenían que ser más descriptivos durante las instrucciones” señala Daniela Reyes, educadora diferencial de Piane y quien ha acompañado a Dominique en el proceso. “Lo que más nos preocupaba era cómo lo haría Dominique con la representación de las cosas”, explica. Idearon entonces, junto a alumnos de Ingeniería de la Universidad de Chile y de Psicología de la Católica, una pizarra portátil con superficie de velcro para que ella, a través de un lápiz que dibuja con lana, pudiera realizar sus representaciones en vez de los croquis. Al poco tiempo de uso se dieron cuenta que la pizarra no funcionaba, Dominique no se adaptó a su uso. Ahora realiza sus trabajos a través de figuras de alambre. Se le da mejor por su maleabilidad. Todo lo demás lo realiza igual que sus compañeros. “Para nosotros, ella no es un experimento. Queremos que sea una alumna más”, señala José Manuel Allard.

A pesar de la carta que envió el Piane y una reunión de profesores en enero, cuando se enteraron que ingresaría una alumna con discapacidad visual, muchos docentes no se dieron cuenta en las primeras clases que Dominique era la alumna que esperaban. A algunos compañeros les pasó lo mismo. Uno de ellos comenta: “La encuentro muy admirable, su actitud hace que no te fijes que ella es no vidente. De hecho algunos nos dimos cuenta como tres semanas después de entrar a clases. Hemos hecho trabajos en grupo y tiene mucha disposición para aprender, quiere estar en todas y hacerlo todo sola”.

La independencia

La voz de Dominique es tan suave que a veces cuesta escucharla en la cafetería. “No es por timidez, es solo que hablo bajo”, asegura entre risas. Luego se pone seria y dice no sentir rabia por el accidente ni por su condición. “He conocido cosas que de otra forma no hubiera conocido. De repente hablo con personas comunes y corrientes, o sea que ven por decirlo así, y me cuentan sus problemas. Y a veces son cosas tan pequeñas y se complican tanto. Yo con esto he aprendido a valorar y a jerarquizar los problemas. La única dificultad es la independencia. Tuve que aprender a andar en micro, además, no hay casi nada adaptado para mi caso. En cuanto a las amistades uno siempre encuentra amigos que no se hacen ningún drama con que no vea. Obvio que siempre hay gente que se complica o se incomoda, pero al final esa gente no va a estar con uno. Si se siente incómodo no voy a andar perdiendo el tiempo con alguien que no vale la pena, quizás”.

Dominique cuenta que casi no llora. “La última vez fue hace dos semanas, pero no quiero hablar de eso aquí”, responde cortante mientras se lleva una pequeña cuchara con café a su boca. Comprueba que la temperatura está bien, lleva la taza a sus labios y, sin embargo, igual se quema. Cae un poco de café en la mesa, busca rápidamente servilletas pero no encuentra, se pone muy incómoda, “¿Hay servilletas?”, pregunta su voz suave.

Desde marzo se va a la universidad con una compañera que vive cerca y que la pasa a buscar. Otras veces la lleva su mamá y también se vuelve sola a su casa después de clases, para lo que debe tomar dos micros. Llega hasta el paradero ayudada por su bastón, una vez ahí le pide a alguien que le avise cuando pase la 409 y luego dice al chofer de la micro que le indique cuándo tiene que bajarse. En el siguiente paradero repite lo mismo y toma la C08, que la deja cerca de su casa.

Otro gesto de independencia es quedarse sola en su casa en Santiago, como un fin de semana largo de abril en que toda su familia viajó a Antofagasta, menos ella porque tenía trabajos para la universidad. Aunque los espacios son grandes, ella conoce cada rincón. Se sabe de memoria los peldaños de la escalera y la sube corriendo, también dónde están sus cosas. Por eso cada vez que alguien deja algo fuera de lugar en la cocina se pone mal genio. “Una vez no desayuné porque no encontré el té”, cuenta. Cuando está sola se calienta la comida que le dejan en el microondas porque no le permiten usar el horno, todo lo demás se le hace fácil.

Fin del semestre

El primer semestre de su año ha finalizado y Dominique hace un balance de cuáles fueron sus verdaderos obstáculos, como el Taller 2D. “Es una introducción al diseño y es muy visual, hay que hacer las cosas exactas. Me costó mucho porque los programas de computación no son compatibles con los equipos que hablan. Tuve que imprimir unas letras, luego ir girándolas y pegarlas siguiendo un patrón. Me evaluaron el oficio, es decir las terminaciones, y no tenía la más mínima posibilidad que me quedara igual porque no lo puedo hacer tan perfecto, lo mismo con las tipografías. Eso me complicó”, explica.

Pero Dominique está agradecida de la Escuela. “Solo un profesor se ha visto complicado conmigo, no sabe cómo enfrentarme ni cómo enseñarme”. Ella lo notó porque él le postergó sus evaluaciones mientras todos su compañeros rendían las pruebas, aunque, dice, estaba preparada. Pero también hay ramos donde siente que va por buen camino, como Modelo y Prototipo, donde Dominique ejecuta modelando con plasticina sus representaciones, mientras el resto de los alumnos trabaja con maquetas y distintos materiales. Ella encuentra que es la asignatura donde más aprende porque le explican cómo hacer las cosas, “lo paso muy bien en clases y el profe es muy tela”, dice.

No solo Dominique se vio enfrentada a ciertas dificultades durante el semestre. Para la mayoría de sus profesores también resultó un desafío enseñarle. “Para mí, la principal dificultad fue en las clases electivas porque siempre están apoyadas con Power Point, lo que implicaba poner mayor atención en explicar, ser más detallistas y entregarle a ella la mayor información posible de las imágenes que no puede ver”, explica Allard. “En el caso de los cursos de proyectos, es decir en taller, la dificultad al enseñarle era poder comunicar y explicarle desde códigos gráficos (dibujos) hasta cromáticos (gama de colores) en el plano, conceptos que son todos del campo visual. Lo más importante para los diseñadores es poder contrastar sus trabajos con los de sus pares. Eso es algo que me preocupa porque no sé si Dominique está captando del todo. Honestamente no sé cuánta información en verdad recibe”.

Han pasado más de cinco meses desde que Dominique entró a la universidad, y reflexiona sobre las personas que, al igual que ella, están con alguna discapacidad: “Pienso que no deben ser ellos mismos los que se tiren para abajo, las personas critican la discriminación, pero eso se da porque son ellos mismos los que se victimizan, no hay que sentirse pobrecito”. En esta nueva etapa, está contenta, sigue practicando acrobacias en tela, de vez en cuando hace trekking, tiene buenos amigos y hace lo que quiere. Solo se pone nostálgica cuando recuerda la playa de Hornitos, donde se mete al mar y se siente segura.  Santiago es distinto, el tráfico, las calles, acá hay miles de obstáculos que tendrá que seguir sorteando, como su carrera. “No voy a dejar de estudiar porque digan que no seré capaz porque esto es visual. Siempre tiene que haber un primero que abra las puertas y demuestre que se puede”.