A 50 años del asesinato del director de arquitectura UC
El 18 de septiembre de 1973 no solo marcó una semana desde el golpe de Estado. En esa misma fecha, se halló el cuerpo sin vida de Leopoldo Benítez; arquitecto, profesor y director de Arquitectura UC. Conocido como “Polo” fue un académico muy carismático y apasionado que marcó a muchos alumnos y luchó por el […]
El 18 de septiembre de 1973 no solo marcó una semana desde el golpe de Estado. En esa misma fecha, se halló el cuerpo sin vida de Leopoldo Benítez; arquitecto, profesor y director de Arquitectura UC. Conocido como “Polo” fue un académico muy carismático y apasionado que marcó a muchos alumnos y luchó por el avance hacia una sociedad más justa. Años después de su muerte en manos de la dictadura, su facultad y universidad no permiten su olvido, y buscan que sea siempre parte de la memoria.
Autor: Luka Villalabeitia (@el____luki)
Editor: Nicolás Stevenson (@_nicostevenson)
Eran las 19:30 del 17 de septiembre de 1973. Leopoldo “Polo” Benítez, de 37 años, estaba en la casa de sus suegros, ubicada en la comuna de Macul. Lo acompañaban su esposa Myriam y su hija Katia cuando 20 carabineros de la Escuela de Suboficiales entraron a la residencia. Media hora después, subieron a Leopoldo a un bus policial y se lo llevaron. Sus familiares y cercanos nunca más lo volvieron a ver con vida.
En los días siguientes, su familia buscó en la lista de detenidos del Estadio Nacional, pero no estaba. Lo encontraron gracias a un teniente vecino: Hernán Covarrubias. Él llamó a un doctor, amigo de Leopoldo, para que fuera a reconocer un cuerpo en la Morgue de Santiago. El 24 de septiembre, el Dr. Daniel Mayne dio con una persona sin vida que había sido encontrada el día 18 de ese mes a las 13:35 horas en la calle. El cadáver de Benítez tenía múltiples heridas de bala.
Según cuenta la investigación de este caso, lo delató un vecino. Por sus ideales ligados al Partido Comunista, por su propuesta de una arquitectura cercana a lo social, por pensar como no se podía en esa época. Tres hijos quedaron sin padre, una mujer sin marido y una facultad sin su director de carrera, la cual recibió la noticia como si se tratara de la muerte de un familiar.
José Rosas, alumno de Arquitectura UC en esos años y posteriormente decano de la facultad, recuerda el hecho como una conmoción: “Sabíamos que había detenidos desaparecidos, pero que fuera una persona tan cercana, nos dolió mucho como generación”. Guillermo “Guillo” Bastías, también estudiante en los años 70, sintió el dolor por el asesinato de Leopoldo, y algo que le afectó especialmente fue la brutalidad de esos primeros días del golpe de Estado.
Otro alumno de esos años, y actual profesor que mantiene más que viva la memoria de Leopoldo es Orlando Vigouroux. “Me produjo una honda pena saber que lo habían asesinado. Nunca hizo nada malo en contra de nadie”, menciona. Los meses y años posteriores también fueron algo que siempre inquietaron a Orlando, porque “cuando volvimos del golpe a la escuela, todo seguía como que no hubiera pasado nada”.
Una persona y profesor apasionado
El asesinato de Leopoldo Benítez ocurrió cuando Katia, su hija menor, hoy arquitecta de la facultad en la que su padre fue director, tan solo tenía meses de vida. Por eso tiene “una imagen construida a lo largo de la vida, y que siempre va a ir modificándose”, dice. Menciona que la visión de su padre son puros fragmentos; de los amigos del colegio, de sus colegas, de su mamá y de sus hermanos —que tenían 10 y 11 años para el golpe y eran hijos del primer matrimonio de Polo, pero que luego fueron exiliados—. “Tengo el relato de hombre, pareja, arquitecto, amigo, papá. Es como una historia de pedacitos”, afirma Katia. De todos esos trocitos, su hija piensa que Polo se define con una palabra: apasionado.
Katia cree que esta pasión no era solo en lo que hacía, sino que era “apasionado con la vida”. Según ella, “era un tipo súper intenso, tenía 37 años y se casó dos veces. Vivió un año y medio en la Antártica en un barco haciendo fotos, hizo un máster en Houston, volvió y fue director de la Escuela de Arquitectura”.
El exdecano José Rosas comparte esta visión. A sus 17 años, decidido por estudiar arquitectura, fue al campus Lo Contador buscando una conversación guía sobre la carrera. En esa ocasión, lo mandaron a hablar con el director. Leopoldo lo recibió en una oficina “muy austera”. Recuerda que él se vestía sencillo: camisa blanca y pantalón negro. “Era una persona joven, con el pelo largo, hippie, con barba; era como una imagen del Che Guevara”. En esa instancia, rememora, se encontró con un humano muy carismático, agradable y directo. “No me habló de la facultad, me habló de arquitectura”, destaca Rosas.
En calidad de profesor, sus alumnos recuerdan su interés en el proceso, en cómo estaban sus estudiantes personalmente y no solo en sus resultados. Guillo Bastías no borra de su memoria la ocasión en que Polo revisó una de sus entregas:
- Tú estás bajoneado, ¿qué te pasa? – le dijo Leopoldo.
- ¿Por qué te das cuenta?, le preguntó.
- Estaba mirando tu moto y la tienes media abandonada. Tiene un espejo roto y no lo has arreglado. Eso es típico cuando uno anda bajoneado.
Según lo que le contó su madre, a Katia le hacen sentido estas anécdotas. Recuerda las veces que le hablaron acerca de las correcciones e invitaciones que Polo hacía a sus alumnos en su casa. Su mamá muchas veces le dijo que estaban rodeados de estudiantes porque “tenían un cariño genuino, como de maestro, guía y de algo más allá de la arquitectura”. Es por eso que José Rosas recuerda a Leopoldo como un hombre potente, con mucha fuerza, energía y lleno de vida. “Le arrebataron la vida a una persona que estaba realmente en uno de sus mejores momentos”, asegura.
En ese entonces, la facultad se encontraba dividida en tres escuelas: Departamento de Arquitectura, Arquitectura de Obra y Urbanismo y Vivienda. Según José Rosas, estas se dividían en parte por líneas políticas, siendo una cercana a la izquierda, otra de centro y la última a la derecha, respectivamente.
En un contexto tensionado, Leopoldo logró plasmar sus ideales y con sus colegas fomentaron una arquitectura próxima al rol comunitario. “Leopoldo entregó una visión muy cercana a la exploración vivencial con las personas”, comenta Rosas. Esto, según él, marcó mucho el estudio del espacio y dio cuenta de que esa vocación también está determinada por otros factores que no se tenían tan en cuenta, como lo social, económico y político.
Ese rol de líder emana de una personalidad que, según Rodrigo Pérez de Arce, también profesor actualmente y alumno en esa época, nace desde el “empuje” de Leopoldo. Lo recuerda como “un personaje dentro de esta fauna de profesores de la facultad”. Un personaje que representaba una causa de muchos, dado el contexto político e ideológico de esos años, afirma.
El profesor Orlando Vigouroux comparte lo mencionado anteriormente y destaca que el departamento liderado por Benítez era una especie de hermandad con un mismo objetivo: “Enseñar una arquitectura popular, para el hombre, con un rol más social”. Esto se demuestra en el manifiesto “Sí a la revolución” firmado en 1969 por profesores universitarios, que con esa carta renunciaron a su labor docente. Aunque después fueron reintegrados por el rector Fernando Castillo Velasco, quien no quería perderlos.
“El departamento de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile es un ámbito universitario en el cual alumnos, profesores, pobladores y trabajadores, debaten y problematizan la realidad, generando las fuerzas sociales capaces de insertar dentro de ella una acción arquitectónica que provoca un cambio efectivo a las personas (alumnos, profesores, pobladores y trabajadores) y en las condiciones físicas en que se desarrolla su vida”, señala la parte del manifiesto escrito por Benítez.
Esta visión de la arquitectura que compartía Leopoldo ha llegado hasta los directivos de la facultad hoy en día. Luis Eduardo Bresciani, actual director de Arquitectura UC, cree que Polo representa la época en que esta vocación estaba vinculada a un compromiso con el país y su población. Por eso, menciona que la relación de esto con la visión política de la época hizo que fuera “borrado por completo dentro de la escuela posterior al golpe Militar”.
El arquitecto plantea que lo que se hizo en la universidad en la segunda mitad de la década de los 60 y primera parte de los 70 es una historia que fue olvidada y perdida. Señala que se debe a “una operación consciente de aquellos que dirigían la institución por borrar esta historia”. Katia, hija de Polo, afirma lo mismo acerca de la muerte de su padre: “Este profesor cercano, humano, a quien todos le tenían aprecio, desapareció de la faz de la tierra y nunca hubo explicación”.
Durante las últimas décadas, el olvido se ha ido dejando atrás. En 2005, se hizo una ceremonia en conmemoración, en 2011 se puso una placa y desde 2017 la sala 10 de la facultad lleva el nombre Leopoldo Benítez. No fue fácil. Orlando comenta que siempre planteó que había que hacer algo en su memoria, pero en su momento era visto como peligroso. Además, cuando lo propuso por primera vez, le respondieron con que no querían que “esto se transformara en una disputa política”.
Esto lo corrobora Katia. Ella afirma que durante su paso por Lo Contador, jamás mencionó su relación con Polo y que en todos esos años nunca escuchó nada acerca de su padre.
Por eso, el reconocimiento no se quedó ahí. En 2017, como iniciativa del decanato y con presencia y apoyo del rector Ignacio Sánchez, se hizo otra ceremonia en la que le pusieron el nombre Leopoldo Benítez a una sala importante para la facultad, en la cual Polo hizo clases y que es parte de la casona emblemática del campus. Guillermo “Guillo” Bastías, alumno de la escuela en la década del 70, ve en retrospectiva la relevancia de ese día. Por primera vez escuchó que se refirieran a este caso como asesinato, lo cual, para él, mostró un cambio en la universidad.
La memoria en torno a Leopoldo Benítez no solo se ha dado gracias a estas ceremonias, sino también gracias a sus propios actos. Luis Eduardo Bresciani, desde su mirada como director, explica que se ha vuelto a poner dentro de la agenda de la carrera lo que tanto defendía Benítez: el sentido social y el compromiso con las demandas colectivas en el rol de las y los arquitectos.
La importancia de la memoria la tiene muy presente Mario Ubilla, actual Decano de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos de la UC. “Es una manera de recordar que tenemos personas que de alguna manera nos acercan a la tragedia y nos hacen reflexionar”, afirma.
Y luego agrega: “Debemos enfrentar la historia para poder enfrentar el destino y tener la capacidad de poner las cosas en su justo valor”.
Sobre el autor:
Luka Villalabeitia (@el____luki) es alumno de tercer año en la FCOM-UC. Se ha desempeñado en la Radio UC en coberturas para Elecciones FEUC, Jugo de Pelotas (@jugodepelotas) y Estudio 660.
Fuente: Radio UC